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Sólo un pie descalzo QUOTES

5 " No era una región triste, como por un momento había creído. Inspiraba un sentimiento parecido al que despierta oír, a lo lejos y en la noche, la sirena de un barco que se adentra en el mar. El aire de aquella región estaba invadido por miles de chispas luminosas, que se encendían y apagaban sin cesar, como misteriosos guiños, de acá para allá. Flotaban en el aire y, aunque se encendían y apagaban casi al mismo tiempo, había tantas, que todo estaba lleno de su inquieto centelleo. Todo brillaba y, a la vez, permanecía en la penumbra. A Gabriela le vino el recuerdo de aquellos destellos, igualmente fugaces y deslumbrantes, que en el Cuarto de Mamá despedían los frasquitos de cristal, los espejos y las piedras de sus brazaletes y collares. Era como si allí habitaran millares de minúsculas mariposas de luz, danzando en el aire, persiguiéndose, chocando unas con otras. Cuando sus ojos fueron habituándose al torbellino de aquel enorme enjambre, Gabriela distinguió un gran espejo, redondo, bordeado por un marco. Pero la superficie del Espejo no brillaba: estaba enteramente cubierta por una capa de polvo, y nada se reflejaba en él. Ni siquiera las nubes de chispas luminosas que casi la habían cegado lograban arrancarle un destello.

Los lápices-enanitos patinaban ahora sobre la superficie llena de polvo, donde sus huellas comenzaban a marcarse, como las estrías que van dejando tras sí los trineos, los patinadores o los esquiadores. Pero éstas eran caminillos brillantes, despedían luz, y el polvo que brotaba tras ellos se levantaba alto, y a su vez se convertía en una especie de niebla dorada. Gabriela se dio cuenta entonces de que los lápices-enanitos no trazaban caminos caprichosos, ni patinaban sólo para divertirse, sino que escribían algo. Poco a poco fue descifrando aquellas palabras, y al fin pudo leer cómodamente que los lápices-enanitos traían recuerdos al Espejo de parte de Homolumbú, anunciaban la visita de Gabriela y por último se presentaban ellos mismos. Para esto, cada uno escribía su nombre, como era su costumbre. Después ya no pudo entender nada más, porque, con tanto ir y venir, el polvo había desaparecido casi completamente. Entonces, los lápices-enanitos, que todo lo hacían a un tiempo, y muy rápidamente, se precipitaron sobre un paño que había en el suelo y con él terminaron de limpiar la superficie del Espejo. Ahora se veía lo hermoso que era; parecía un lago, y tenía el mismo resplandor del agua bajo la luna llena.

Precisamente, aquella noche la Luna aparecía completamente redonda en el cielo. Acababa de asomar tras la única ventana abierta (porque tenía un batiente medio desprendido), y por un momento Gabriela no supo quién era la Luna y quién era el Espejo. Casi se confundían. Pero no tardó mucho en distinguirlos: en lugar de las conocidas manchas de la Luna, el Espejo estaba cruzado de arriba abajo por una larga cicatriz. "

Ana María Matute , Sólo un pie descalzo