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1 " Duda y fe: la situación del hombre ante el problema de DiosQUIEN intente hoy hablar de la materia de la fe cristiana ante personas que - ni por profesión ni por vocación - conocen desde dentro el discurso y el pensamiento eclesiales advertirá enseguida lo extraño e insólito de semejante empresa. Probablemente pronto le embargará la sensación de que su situación es descrita de forma muy certera en el conocido apólogo de Kierkegaard sobre el payaso y el pueblo en llamas, que Harvey Cox ha retomado hace poco en su libro La ciudad secular'. Este relato cuenta que un circo en Dinamarca se incendió. En vista de ello, el director mandó al payaso, que ya estaba vestido y maquillado para su actuación, al pueblo vecino a buscar ayuda, sobre todo teniendo en cuenta que existía el peligro de que el fuego se propagara también al pueblo a través de los secos campos ya cosechados. El payaso corrió al pueblo y pidió a sus habitantes que acudieran lo antes posible al circo en llamas y les ayudaran a extinguir el incendio. Pero los vecinos de aquel pueblo creyeron quelos gritos del payaso no eran sino un magnífico truco publicitario para atraerlos a la representación en el mayor número posible; aplaudían y hasta lloraban de risa. El payaso, en cambio, tenía más ganas de llorar que de reír; en vano trató de persuadir a aquellas gentes, de explicarles que no se trataba de una simulación ni de un truco, que la situación era muy seria, que el circo se estaba quemando de veras. Sus súplicas no hacían más que alimentar la risa de los vecinos; la opinión general era que el payaso estaba representado su papel a la perfección... hasta que, de hecho, el incendio llegó por fin al pueblo y ya era tarde para cualquier tipo de ayuda, de suerte que tanto el pueblo como el circo fueron pasto de las llamas. "
― Benedict XVI , Fe y ciencia: un diálogo necesario
2 " Cox refiere esta historia como ejemplo de la situación del teólogo en la actualidad y ve en el payaso, incapaz de lograr que su mensaje sea escuchado de verdad por la gente, una imagen del teólogo. En sus ropajes de payaso de la Edad Media o de cualquier otra época pasada, nunca será tomado en serio. Diga lo que diga, está - valga la expresión - etiquetado y clasificado en razón del papel que desempeña. Por muy buenas maneras que manifieste, por mucho que se esfuerce por poner de relieve la gravedad de la situación, siempre se conoce de antemano lo que es: ni más ni menos que un payaso. Todo el mundo sabe ya de qué habla y también sabe que no ofrece sino una idea que poco o nada tiene que ver con la realidad. Así pues, se le puede escuchar tranquilamente, sin necesidad de inquietarse en serio por lo que dice. En esta imagen se plasma, sin duda, algo de la agobiante realidad que hoy viven la teología y el discurso teológico, algo de la abrumadora imposibilidad de romper con los lugares comunes de los hábitos de pensamiento y lenguaje y hacer perceptible la materia de la teología como asunto capital de la vida humana. "