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" Fue Ivan Illich, el anarquista austriaco, quien para elaborar su crítica del desarrollo económico habló de la sabia manera como un caracol construye su concha. Primero sumando espiras cada vez más amplias para de pronto cesar y comenzar a enroscarse. Una vuelta más y su caparazón se hubiera multiplicado tantas veces que le sería imposible sobrellevar la carga: «Desde entonces cualquier aumento de su productividad serviría sólo para paliar las dificultades creadas por esta ampliación de la concha fuera de los límites fijados por su finalidad». Yo empecé a decrecer hace unos meses, consciente, voluntaria y voluntariosamente. De un trabajo bien remunerado, pero esclavizante y poco alentador, al frilancismo precario pero libertario. Nuestro último movimiento ha sido una mudanza. Del centro a la periferia, de la gran ciudad al barrio. Todo a mitad de precio. En este camino hacia una vida sencilla espero muchas cosas de mí, pero sobre todo espero decrecer. Pasito a paso. En la misma lógica: Rocío, Candela, Arantxa, Jaime y Rosi construyeron hoy nuestra cocina con sus propias manos. Ha quedado preciosa. Casi de diseño. Mi caparazón se ha reducido exponencialmente. Hoy avanzo. "
― Gabriela Wiener , Llamada perdida
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" No sé por qué llevo a cabo este ritual, qué busco en la mirada de un observador externo, de un puto americanista. Pero entonces llego sin mucho entusiasmo a un pasaje muy bien contado que me engancha. De camino a Puno, y al pasar por una finca llamada Tintamarca, el propietario le sugiere a Charles llevarse un indio para dar a los estudiosos europeos una idea de esta raza. Wiener le contesta que conseguir un indio, más aún si es un niño, es una empresa muy difícil, que ha estado intentando hace días que algunos de ellos lo sigan pero es imposible. El otro hombre le aconseja entonces que lo compre: «Dé usted unas piastras a una pobre chola que se muere de sed y que hace morir de hambre a su retoño; se trata de una india horriblemente alcohólica. A cambio le regalará a usted a su pequeño. Hará usted, además, una buena acción». Wiener va en busca de la mujer y su hijo, le pregunta al niño cómo se llama y esta le contesta que Juan, le pregunta si tiene padre y le contesta en quechua que no. «Muy pocas “veces he visto un espectáculo más repugnante —escribe Wiener—. Esta madre, joven aún, roída por todos los vicios, y el pequeño ser que no tenía otra ropa que un poncho que apenas si le llegaba a la cintura. Tomé una decisión.» Despertó a la madre, que se había quedado dormida, y «efectuamos el intercambio de “regalos” proyectado. Exhorté al niño a despedirse de su madre; parecía no entender qué le solicitaba; pero la madre comprendió muy bien, y, con su mano temblorosa por el alcohol, hizo la señal de la cruz en su hijo. Tuve un estremecimiento de disgusto al ver tal bendición del vicio; puse al pequeño sobre una mula. (…) Y henos en marcha. El pequeño Juan comprendió entonces y se creyó obligado a lanzar algunos alaridos. Le pregunté qué quería. ¿Piensan ustedes que pidió regresar al lado de su madre y no dejar su tierra y seguir salvaje como era? Nada de eso: ¡me pidió aguardiente!». "
― Gabriela Wiener , Huaco retrato
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" En la familia no hay una sola foto de María Rodríguez. Nunca sabremos cómo era su cara. A la mujer que inicia la estirpe de los Wiener en el Perú, la que llevó un embarazo solitario y amamantó a un semihuérfano, a ella se la ha tragado la tierra. Así como se pierden durante años bajo la arena los rastros de un mundo anterior. Reunir esos materiales dispersos por una geografía, salvar aquello que no ha carcomido el tiempo para tratar de reconstruir una imagen fugaz del pasado es una ciencia. Huaquear, en cambio, es abrir, penetrar, extraer, robar, fugarse, olvidar. En esa brecha, sin embargo, algo quedó dentro de ella, se implantó, germinó fuera del árbol. "
― Gabriela Wiener , Huaco retrato