Home > Author > Libertad Demitrópulos
1 " ¡Qué apuro tendría por venir a este pícaro mundo, nomás a asquearse de tanta iniquidad! ¡Tan bien que estaba en el vientre de su madre, guardadita y bien protegida, sin pasar necesidades, ni sentir esa ansiedad que de chica la hizo presa! Que el ansia de un padre. Que el ansia de una casa. Que el ansiar un hombre que no era para ella. Siempre se la pasó ansiando, mayormente imposibles y vaya a saber por qué varias veces estuvo cerca de conseguir lo que quería, para después perderlo todo. "
― Libertad Demitrópulos , Río de las congojas
2 " No bien puse pie en tierra me alcanzó un pesar: aquí moriré. Soy la semilla, para eso me trajeron. Así, pues, hago tierra y no sofocaciones. Echo raíces y no suspiros. Me planto. Me confirmo. Pero no soy solo naturaleza. "
3 " Lo que la vida quiere de uno es valor. Con las cobardías viene la muerte. Aquí, pues, me quedo. "
4 " Yo soy el señor de estas ruinas. "
5 " ¡Volver! Desistir del viaje. ¿Dónde quedaría el sueño de encontrar la ciudad de El Dorado? Ya la tenía al alcance de la mano. Pronto Ma-Noa iba a ser suya. ¿Cómo, entonces, volver? Mire, amigo, le decía Homet al guía (su único acompañante), es una ciudad cuajada de rojeces. Por este lado se ven refugios de codornices o de bumbunas delirantes. Allá, detrás de un ventanal, una princesa indígena peina su lacia caballera con un peine de oro que luego guarda entre los pliegues de su bata recamada de brillante pedrería. Senderos de lajas cespeadas conducen a los palacios de mármol; detrás, portones festoneados de arabescos abren increíbles galerías. En los salones tapizados de brocado las alfombras mullen el pisar de las botas con quejidos tenues, como sorprendidas. Diligentes servidores se agitan con bandejas de plata donde el mango alterna con las piñas, las uvas con las sandías, el melón con higos y naranjas, y las chirimoyas desprenden la delicadeza de fruta única en el mundo. Otros acarrean faisanes y carne de carnero secada al sol y guisada con legumbres. Pasan bateas de dulce de toronjas, quesos de cabra, humitas en chala, faisanes con ananá y mil delicadezas que van a lisonjear el paladar de los felices habitantes de la dichosa Ma-Noa. Todo se va en cantar, reír y gozar de la felicidad. En los jardines hay ciervos y vicuñas pastando. Las calles adoquinadas de oro se adornan con plazoletas y jardines donde crecen sensitivas, guayacanes, pasionarias, mirasoles, cedrones, quinaquinas, y la suelda-con-suelda. En esta ciudad todo está permitido a sus habitantes que visten alegremente sus ricas vestiduras. La música sale de los salones atestados de risa. Los hombres no encanecen sus cabellos, los rostros no envejecen y son siempre bellos y jóvenes. La ciudad estaba al alcance de la mano. Sigamos. Más allá. Más adelante. ¿No era aquello un resplandor? Detrás de esas nubes, ¿no se veía un rosado brillante? Los que mueren de sed: que se queden. Los miedosos que deserten. Pero él, Marcel F. Homet, ingeniero francés que había estudiado en los mapas y en los libros de otros que también habían salido a buscar esa ciudad y el rastro de los gigantes, quería seguir adelante, no claudicar. El guía, que en silencio escuchaba la descripción de Ma-Noa, abrió entonces la boca para decir:—Hay que volver, patrón. "
― Libertad Demitrópulos , Quién pudiera llegar a Ma-Noa