81
" Abandoné el lago, me persigne al revés a cruzar delante del monumento elegido al ángel caído -la rebeldía de esta ciudad no tiene límites-, salí del parque vigilada por un pasillo de silentes estatuas, cruza el Paseo del Prado y subí, como siempre, la calle Huertas, que aún olía a alcohol que había ingerido y meado los de la noche anterior. Entonces supe que sobre todas las cosas echaría de menos el barrio los domingos: los ancianos paseando en zapatillas de estar por casa, los grupitos de turistas apostados frente a la casa de Lope de Vega mientras un guía vestido de época me recitaba un monólogo de El perro del hortelano, el agudo chillido de los vencejos, un piano ensayando en un primer piso... [...] Mientras caminaba calle arriba me pregunté si habría en el mundo calle tan corta que tuviera tal cóctel de espacios y establecimientos. Se podría vivir una vida plena sin salir de ella nunca más. Fui haciendo recuento según subía por los 60 números de Huertas hasta la plaza del ángel. Veamos... tres plazas, cinco tabernas, ocho garitos de marcha, tres coctelerías, un karaoke, veinte restaurantes, tres locales de música en directo, dos salones de té, cuatro pastelerías, tres cafés, una comisaría, un parque, convento de clausura, la tumba de un genial escritor, tres tiendas de moda, dos supermercados, tres hoteles, dos librerías, tres anticuarios, una sala de teatro y el cementerio de una iglesia convertida en floristería "
― Vanessa Montfort , Mujeres que compran flores
82
" Lo que recuerdo bien de aquel día es que Olivia se me reveló de pronto como una lectora de personas. Las catalogaba como a sus plantas. Uno de sus pasatiempos era imaginarse la vida y los hábitos de los transeúntes anónimos que pasaban al otro lado de la enorme cristalera de su negocio. En realidad, el invernadero era un observatorio perfecto. Una caja de cristal desde la que observar la vida emboscada tras las hojas de sus plantas. Y de la misma forma que catalogaba sus flores, catalogaba con mimo a las personas que la rodeaban. Sobre todo creía que las mujeres teníamos una gran similitud con las flores y por eso iba detectando, en las de mi generación concretamente, un catálogo variado que se podía estudiar dependiendo de su hábitat, crecimiento, evolución y, por qué no decirlo, síndromes. Entendiendo por "síndrome" aquel conjunto de síntomas que se presentan juntos, fenómenos que concurren unos con otros y que caracteriza una determinada situación. Muchos de sus ejemplares observados ya habían franqueado la puerta de su invernadero. "
― Vanessa Montfort , Mujeres que compran flores
94
" Sólo importaba que era verano y que bailábamos sobre un cementerio. Que reclamábamos por primera vez nuestro derecho a no tomarnos la vida tan en serio. Porque cada día estamos más cerca de la muerte, esté donde esté guardando. Puede ser mañana o dentro de diez años... [...] Qué más da. Ahora lo sé. Hay que aprender a bailar sobre un cementerio. A hacer brotar flores sobre los muertos. A aceptar el fracaso porque el fracaso no existe. Sólo existe el fin de las cosas. No nos enseñan a aceptar la caducidad de lo importante. No nos enseñan que a veces el único fracaso es la inercia de hacerlas continuar. Y es que todo caduca, como me dijo Olivia, lo bueno y lo malo. El amor es sufrimiento. Pienso que una vida que termina no es un fracaso. Todo depende de cómo lo hayas vivido. Y si la mía termina de esta noche, tras este viaje, ya sería un éxito. La relación que termina no es un fracaso, depende de lo que nos haya portado, enriquecido, de lo que nos haya dejado tras su muerte. Si ha compensado, es un éxito. Hay que amar. Y amar bien. Intensamente. Aunque se acabe "
― Vanessa Montfort , Mujeres que compran flores