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" have had to pay for a visit to the discreet mansion near the Opéra—into a fund. And tonight they were going to draw lots to discover which of them was to take the money and visit La Belle Hélène. But before the lottery took place, they would drink champagne and enjoy the show at the Moulin Rouge. Roland de Cygne had never been to the Moulin Rouge before. He’d often meant to go. But as a regular patron of the rival Folies-Bergère, which was nearer the center of town and whose first-rate comedy and modern dance had always satisfied him, he’d somehow never got around to the Moulin Rouge with its saucier fare. Needless to say, as soon as his companions had discovered this fact, he’d had to endure some teasing, which he did with good humor. His brother officers liked Roland. He’d shown a fine aptitude for a military career right from the start. When he’d attended the military academy of Saint-Cyr, he’d come out nearly top of his class. Perhaps even more important to his aristocratic companions, he’d shown such prowess at the Cavalry Academy at Saumur that he’d almost made the elite Cadre Noir equestrian team. He was a good regimental soldier, respected by his men, a loyal friend with a kindly sense of humor. He could also be trusted to tell the truth. And he certainly looked the part of the cavalryman. He "
― Edward Rutherfurd , Paris
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" La calle del Faubourg Saint-Antoine era muy larga. Comenzaba en lo que antes había sido un faubourg, un barrio de las afueras, situado al este de la ciudad antigua. Mucho antes de la Revolución, ya era una zona de artesanos, donde se encontraban la mayoría de los carpinteros y ebanistas. Pese a las ideas republicanas, y a veces radicales, que en general defendían, muchos de aquellos hábiles artesanos y pequeños comerciantes eran, como Petit, muy conservadores en lo que concernía al núcleo familiar. No obstante, más de un monarca había podido comprobar en el pasado que, cuando se echaban a la calle, eran implacables. Petit emprendió la caminata con paso febril. La nieve se había fundido y las calles estaban secas. Al cabo de poco, llegó al lugar donde antes se alzaba la fortaleza de la Bastilla y que entonces no era más que un gran espacio vacío sobre el que flotaba un cielo gris de negros presagios. Allí comenzaba la ciudad antigua. A partir de ese punto, la calle ya no se denominaba faubourg, sino simplemente calle Saint-Antoine. Al cabo de un centenar de metros, volvía a cambiar de nombre, adoptando el de Rivoli. Con aquel prestigioso nombre, conducía a la antigua plaza del mercado de la Grève, contigua al río, donde habían reconstruido el ayuntamiento, el Hôtel de Ville, al que le habían conferido un aspecto de enorme y ornamentado castillo. Después pasó por el antiguo Châtelet, donde en la Edad Media administraba justicia el preboste. Aunque había aminorado el paso, Petit todavía caminaba deprisa y, pese al frío, sudaba un poco. Finalmente, se cepilló con gesto inconsciente las mangas del abrigo cuando entró en la zona más regia de la calle de Rivoli, con la larga serie de arcadas que se sucedían frente al solemne palacio del Louvre y los jardines de las Tullerías, hasta que llegó al vasto espacio despejado de la plaza de la Concordia. Llevaba caminando más de una hora. Su ira se había transformado en una sombría y amarga rabia impregnada de desesperación. Torció hacia el bonito templo clásico de la Madeleine. Justo al oeste de la Madeleine, empezaba otro de los grandes bulevares residenciales proyectados por el barón Haussmann. El bulevar de Malesherbes partía de allí en diagonal para acabar en una de las puertas noroccidentales de la ciudad, más allá del final del parque Monceau. El serio carácter del bulevar adquiría un aire más moderno en los sectores próximos a la Madeleine, precisamente en la zona donde se encontraba, en un gran edificio de la Belle Époque, el piso de Jules Blanchard. "
― Edward Rutherfurd , Paris