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" Todavía hoy perduran en Latinoamérica y lastran su desarrollo económico actitudes y situaciones que obstruyen la actividad económica privada conducida de buena fe, y a la vez estimulan y premian a los negociantes inescrupolosos, a los traficantes de influencias, a los sobornadores de funcionarios públicos y defraudadores del fisco. Y frente a esto, la reacción espontánea del gobernante heredero de la tradición hispánica será aumentar los controles, las restricciones, las fiscalizaciones, sin advertir que no hay ninguna razón para que haya menor proporción de gente sobornable entre los controladores que entre los controlados, de manera que con cada nuevo trámite, con cada nueva restricción, crecen las probabilidades de corrupción y disminuyen las posibilidades de desenvolverse los ciudadanos sin recurrir a expedientes extraordiarios, aun para las gestiones más corrientemente necesarias [...]. Estas obstrucciones van a ser, cada una, la ocasión de una ofera o una solicitud de soborno. Y el funcionario honesto tendrá tendencia a la vacilación, cuando no a la parálisis, por temor a que su buena disposición hacia tal o cual proyecto sea interpretada como producto de alguna oscura transacción. "
― , Del buen salvaje al buen revolucionario: Mitos y realidades de América Latina
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" La sociedad neofeudal hispanoamericana no es ni guerrera ni inestable. Al contrario: desde la consumación de la conquista hasta las guerras de independencia, en Hispanoamérica va a existir una asombrosa paz, mantenida casi sin tropas [...].
Dentro de este orden, la hacienda es desde luego una institución política a la vez que económica. El hacendado colonial es un factor de producción, y a la vez un agente del orden. La hacienda misma es una molécula del organismo social. Sobre ella reina el hacendado o, en su ausencia, el mayordomo. Los castigos son brutales, y pueden ir hasta la muerte bajo los azotes. También hay paternalismo, benevolencia y, desde luego, relaciones sexuales de los amos y sus hijos legítimos con todas las mujeres de los siervos y esclavos.
La institución de la hacienda puede ser hasta defendida, para el momento de su consolidación, como una mejora substantiva con relación a la brutalidad de la "encomienda", donde el indio era una máquina que se usa hasta que se rompe. Pero para el futuro de Hispanoamérica, el costo del a hacienda es alto, el lastre terrible. El molde social se cristaliza. Casi toda la tierra cultivable se concentra en manos de una ínfima minoría.
Y esta es la normalidad. Esta situación de todo el poder y toda la riqueza para unos pocos y ningún derecho o propiedad para la mayoría, es considerada justa, y el hacendado, un personaje digno de admiración y hasta de veneración. Sin embargo, la insurrección haitiana y la masacre de los hacendados franceses de esa isla, va a demostrar, a fines del siglo xviii, cómo tales extremos de sumisión pueden, de la noche a la mañana, convertirse en sangrientas explosiones de odio. "
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" [El marxismo,] una cosmovisión que, por otra parte, complace íntimimente a todos quienes tienen responsabilidad y poder de decisión en Latinoamérica, puesto que nos descarga de nuestra culpabilidad, nuestra frustración y nuestros complejos de inferioridad, con referencia a la proposición infinitamente cómoda de que todas nuestras insuficiencias se deben a un demonio exterior llamado imperialismo, y que nuestra redención ocurrirá sin esfurzo particular nuestro, como un don providencial, en cuanto ocurra la Revolución. "
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" [Los intelectuales marxistas,] promotores mansos y puramente teóricos de una cosmovisión que, por otra parte, complace íntimimente a todos quienes tienen responsabilidad y poder de decisión en Latinoamérica, puesto que nos descarga de nuestra culpabilidad, nuestra frustración y nuestros complejos de inferioridad, con referencia a la proposición infinitamente cómoda de que todas nuestras insuficiencias se deben a un demonio exterior llamado imperialismo, y que nuestra redención ocurrirá sin esfuerzo particular nuestro, como un don providencial, en cuanto ocurra la Revolución "
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" Fue en esa época cuando la ciudadanía, de manera creciente (e inconsciente), empezó a soñar con la solución revolucionaria. ¿Qué era eso? Era confiar en la inveterada superstición de que un caudillo lleno de buenas intenciones, rodeado de arcangélicos y dedicados compañeros de lucha, ajenos a las corrompidas cúpulas políticas convencionales, llegarían al poder para corregir los yerros, castigar a los culpables y traer la riqueza y la felicidad colectivas. De ahí que en 1992, cuando el teniente coronel Hugo Chávez y otros militares golpistas intentan derrocar por la fuerza al presidente Carlos Andrés Pérez y dejan tendidos en las calles varios centenares de muertos, la reacción popular, en lugar de ser de indignación, es de complaciente aquiescencia: según las encuestas de la época, el 65 por ciento de los venezolanos dijo simpatizar con el cuartelazo. El mensaje era transparente: en ese punto de la historia, un número importante de los venezolanos ignoraba que la esencia de la democracia y del Estado de derecho no es el periódico rito electoral, sino el humilde acatamiento a la ley, incluso cuando nos sentimos profundamente insatisfechos con la labor del gobierno. "
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