2
" Baldomera vió caer a muchas a su lado. Se desplomaban y ni siquiera sus gritos se oían. Sólo a cada momento, la voz del oficial:
- ¡Fuegoo!
Y la descarga cerrada, estridente, silbante. Las calles se teñían en sangre. Baldomera había llegado a la cabeza de la manifestación. Movía los brazos en el aire y gritó hasta enronquecer. Poco rato duró la sugestión de su figura. Los brazos, con los puños cerrados, cortaban el aire. Se alzaban picos, palos, banderas rojas, letreros. Y los cabellos de las mujeres flotando, flotando al viento. Y las voces que atolondraban todo. Y los empujones. La asfixia. El ir de un lado al otro, llevado por todos, sin pisar el suelo. Alaridos y quejas. El silbido cortante de las balas. El olor de la pólvora. El inclemente martilleo de los ametralladoras. Los cuerpos humanos tronchándose como racimos, fecundando la tierra, sembrando la venganza y el odio. Las quijadas abiertas, los ojos saltados, los brazos queriendo subir y subir para escapar por algún lado. Los niños con las manos crispadas, arrugando las mantas de las madres, chillando, las facciones paralizadas. Y sin armas, carajo, con qué matar soldados y generales. "
― Alfredo Pareja Diezcanseco , Baldomera