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" Y cuando entonces me invitó, afectuosamente, a pasar aquella velada con él, acepté agradecido, le rogué que saludara a su señora, y a todo esto, por la vivacidad de las palabras y sonrisas, me dolían las mejillas que ya no estaban acostumbradas a estos esfuerzos. Y en tanto que yo, Harry Haller, estaba allí en medio de la calle, sorprendido y adulado, azorado y cortés, sonriendo al hombre amable y mirando su rostro bueno y miope, a mi lado el otro Harry abría la boca también, estaba haciendo muecas y pensando qué clase de compañero tan particular, absurdo e hipócrita era yo, que aun dos minutos antes había estado furioso y rechinando los dientes contra todo el maldito mundo, y ahora, a la primera excitación, al primer cándido saludo de un honrado hombre de bien, asentía a todo y me revolcaba como un lechón en el goce de un poquito de afecto, consideración y amabilidad. "
― Hermann Hesse , El lobo estepario * Relatos autobiográficos (Sepan cuantos, #607)