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" Inevitablemente, pensé en lo ilusorio del tiempo, ese tejido inconsútil que te abriga con el mismo hilado con que tejen las Parcas, en el pasado, en lo raro y absurdo que es este oficio de vivir. Pensé, con los clásicos, que si tenemos clara conciencia de nuestra insignificancia, ese oficio puede llegar a sernos grato. Oí, con la imaginación en carne viva, el rumor de las palabras que vienen rodando a través de los siglos, y que todos los muertos pronunciaron alguna vez. Palabras que han intervenido en todos los sueños y en todas las controversias y alegres coloquios al fresco o a la lumbre, y que ahí siguen, disponibles, ni nuevas ni viejas, palabras que nos sobrevivirán y hablarán por nosotros cuando hayamos muerto. Es bueno pensar esto para no hablar en vano. Pensé en la multitud de gente que había conocido a lo largo de mi vida, y sobre todo en los que ya habían muerto, sus caras, sus nombres, sus voces, sus ilusiones rotas. Pensé también en las mías, en mis ilusiones perdidas, y en cómo las ilusiones que se pierden no suelen ser reemplazadas por otras. Son solo eso: vacíos, huecos, magníficos edificios en ruinas, jardines de ayer donde hoy solo crecen hierbas sin ley, amargas flores sin aroma. Pensé en cómo mi mundo propio e irrepetible, con su infinita minucia de sucesos, al que a última hora vendría a agregarse el de la muerte, se perdería conmigo, igual que se perdió el de mis padres y el de todos los muertos que ahora me rodeaban. Algo único y prodigioso muere irreparablemente con cada uno de nosotros. El pensamiento, que tanto gusta de burlas y desmanes, él y no yo propiamente, pensó por un momento en la gloria literaria, en la loca esperanza de pervivir más allá de las tapias que cercan a los muertos por obra y magia de unas palabras puestas sobre un papel. "

Luis Landero , El huerto de Emerson


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Luis Landero quote : Inevitablemente, pensé en lo ilusorio del tiempo, ese tejido inconsútil que te abriga con el mismo hilado con que tejen las Parcas, en el pasado, en lo raro y absurdo que es este oficio de vivir. Pensé, con los clásicos, que si tenemos clara conciencia de nuestra insignificancia, ese oficio puede llegar a sernos grato. Oí, con la imaginación en carne viva, el rumor de las palabras que vienen rodando a través de los siglos, y que todos los muertos pronunciaron alguna vez. Palabras que han intervenido en todos los sueños y en todas las controversias y alegres coloquios al fresco o a la lumbre, y que ahí siguen, disponibles, ni nuevas ni viejas, palabras que nos sobrevivirán y hablarán por nosotros cuando hayamos muerto. Es bueno pensar esto para no hablar en vano. Pensé en la multitud de gente que había conocido a lo largo de mi vida, y sobre todo en los que ya habían muerto, sus caras, sus nombres, sus voces, sus ilusiones rotas. Pensé también en las mías, en mis ilusiones perdidas, y en cómo las ilusiones que se pierden no suelen ser reemplazadas por otras. Son solo eso: vacíos, huecos, magníficos edificios en ruinas, jardines de ayer donde hoy solo crecen hierbas sin ley, amargas flores sin aroma. Pensé en cómo mi mundo propio e irrepetible, con su infinita minucia de sucesos, al que a última hora vendría a agregarse el de la muerte, se perdería conmigo, igual que se perdió el de mis padres y el de todos los muertos que ahora me rodeaban. Algo único y prodigioso muere irreparablemente con cada uno de nosotros. El pensamiento, que tanto gusta de burlas y desmanes, él y no yo propiamente, pensó por un momento en la gloria literaria, en la loca esperanza de pervivir más allá de las tapias que cercan a los muertos por obra y magia de unas palabras puestas sobre un papel.