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" Estos ejemplos de ostracismo entretenían a las masas que leían la prensa.53 Cuando se da al pueblo el derecho a acusar a cualquiera sin ninguna prueba, con simples alegatos, con un simple ostracón, utilizando generalidades tipo «antidemócrata» o «enemigo de la nación», y cuando en la práctica la acusación supone para la persona, cuyo nombre queda grabado en un trozo de cerámica —o impreso por la rotativa sobre papel de periódico—, la cárcel, la marginación o el destierro social o económico sin dictamen judicial, entonces el pueblo disfruta haciendo uso de ese derecho, porque al individuo anónimo y carente de poder el juego impersonal, y por lo tanto sin responsabilidad, le produce una gran satisfacción, una especie de euforia... Es un juego al que se puede seguir jugando durante mucho tiempo; en mi país lo empezaron diez años antes periódicos, revistas y asociaciones diversas que parecían ser de «derechas» y que, al no atreverse a decir abiertamente que el «burgués» era culpable de poseer algo que se le podía quitar por la fuerza —los nazis «respetaban la propiedad privada», lo que no respetaban era a quien poseía la propiedad—, se dieron por satisfechos con proscribir «la cosmovisión» burguesa y confiaron a sus sucesores, los bolcheviques, la tarea de sacar las consecuencias prácticas de tal acusación. Naturalmente, la «burguesía judía» constituía una excepción: los que escribían esas acusaciones no sólo atacaban sus ideas, sino que exigían de inmediato sus bienes y su cabeza. Este juego tan costoso, que ninguna sociedad soporta durante mucho tiempo, empezó en las páginas de la prensa húngara de derechas el nefasto día en que Hitler entró en Viena y terminó cuando el poder estatal comunista destruyó abiertamente, sin hipocresía ni escrúpulos, a la sociedad burguesa. Es un juego que, por supuesto, no tiene marcha atrás... Con los métodos del ostracismo, un pueblo que se deshace de los indeseados acaba eliminando también a sus mejores hijos. Y entonces, como sucedió en la antigua Grecia y en otras épocas, llega la hora de los tiranos. "

Sándor Márai , Volevo tacere


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Sándor Márai quote : Estos ejemplos de ostracismo entretenían a las masas que leían la prensa.53 Cuando se da al pueblo el derecho a acusar a cualquiera sin ninguna prueba, con simples alegatos, con un simple ostracón, utilizando generalidades tipo «antidemócrata» o «enemigo de la nación», y cuando en la práctica la acusación supone para la persona, cuyo nombre queda grabado en un trozo de cerámica —o impreso por la rotativa sobre papel de periódico—, la cárcel, la marginación o el destierro social o económico sin dictamen judicial, entonces el pueblo disfruta haciendo uso de ese derecho, porque al individuo anónimo y carente de poder el juego impersonal, y por lo tanto sin responsabilidad, le produce una gran satisfacción, una especie de euforia... Es un juego al que se puede seguir jugando durante mucho tiempo; en mi país lo empezaron diez años antes periódicos, revistas y asociaciones diversas que parecían ser de «derechas» y que, al no atreverse a decir abiertamente que el «burgués» era culpable de poseer algo que se le podía quitar por la fuerza —los nazis «respetaban la propiedad privada», lo que no respetaban era a quien poseía la propiedad—, se dieron por satisfechos con proscribir «la cosmovisión» burguesa y confiaron a sus sucesores, los bolcheviques, la tarea de sacar las consecuencias prácticas de tal acusación. Naturalmente, la «burguesía judía» constituía una excepción: los que escribían esas acusaciones no sólo atacaban sus ideas, sino que exigían de inmediato sus bienes y su cabeza. Este juego tan costoso, que ninguna sociedad soporta durante mucho tiempo, empezó en las páginas de la prensa húngara de derechas el nefasto día en que Hitler entró en Viena y terminó cuando el poder estatal comunista destruyó abiertamente, sin hipocresía ni escrúpulos, a la sociedad burguesa. Es un juego que, por supuesto, no tiene marcha atrás... Con los métodos del ostracismo, un pueblo que se deshace de los indeseados acaba eliminando también a sus mejores hijos. Y entonces, como sucedió en la antigua Grecia y en otras épocas, llega la hora de los tiranos.