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" La hermosa casa de mi abuela no está, ni va a volver, y mi abuela, con sus ojos de agua, tampoco, porque está muerta. Pero yo guardo sus cosas. Su ropa —sus faldas, sus abrigos con olor a butaca de cine—, envuelta en papel azul, en cajas de cartón, con bolsitas repletas de lavanda. ¿Para qué? No sé. O sí. Para algo horrible: para decir —¿decirle?— que yo —su nieta, su atea, su blasfema atroz— tenía razón, y que después no hay nada, pero que igual lo guardé todo. Para decir —¿decirle?—: "Aquí está lo que alguna vez fue tuyo: tus cosas, yo". "
― Leila Guerriero , Teoría de la gravedad
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" Había escuchado tantas teorías para explicarlo todo. Porque sí, porque no había nada para hacer, porque estaban aburridos, porque no se llevaban bien con sus padres, porque no tenían padres o porque tenían demasiados, porque les pegaban, porque los hacían abortar, porque tomaban tanto alcohol y tantas drogas, porque les habían hecho un daño, porque salían de noche, porque robaban, porque salían con mujeres, porque salían con mujeres de la noche, porque tenían traumas de infancia, traumas de adolescencia, traumas de primera juventud, porque hubieran querido nacer en otro lado, porque no los dejaban ver al padre, porque la madre los había abandonado, porque hubieran preferido que la madre los hubiera abandonado, porque los habían violado, porque eran solteros, porque tenían amores pero desgraciados, porque habían dejado de ir a misa, porque eran católicos, satánicos, evangelistas, aficionados al dibujo, punks, sentimentales, raros, estudiosos, coquetos, vagos, petroleros, porque tenían problemas, porque no los tenían en absoluto.
Teorías. Y las cosas, que se empeñaban en no tener respuesta. "
― Leila Guerriero , Los suicidas del fin del mundo: Crónica de un pueblo patagónico