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" Un sentimiento de política folk se ha hecho presente tanto en el horizontalismo radical como en movimientos localistas más moderados, aunque algunas intuiciones parecidas apuntalan un vasto abanico de la izquierda contemporánea. En todos esos grupos se acepta ampliamente una serie de juicios: lo pequeño es bello, lo local es ético, lo simple es mejor, la permanencia es opresiva, el progreso se ha terminado. Se prefiere este tipo de ideas por encima de un proyecto contrahegemónico: una política capaz de competir con el poder capitalista en escalas más grandes. En su núcleo, gran parte de la política folk contemporánea expresa, por ende, un «profundo pesimismo: asume que no podemos llevar a cabo un cambio de gran escala, colectivo y social».91 Esta actitud derrotista de la izquierda corre fuera de control y, considerando los continuados fracasos de los últimos treinta años, quizá haya ocurrido por buenas razones. Para los partidos políticos de centro izquierda, la nostalgia de un pasado perdido es todo lo que se puede esperar. El contenido más radical que puede encontrarse entre ellos está hecho de sueños de una socialdemocracia y de la así llamada «edad de oro» del capitalismo.92 Sin embargo, las condiciones mismas que hicieron posible la socialdemocracia ya no existen. La «edad de oro» capitalista fue predicada sobre el paradigma productivo de un entorno fabril disciplinado, donde los trabajadores (blancos, varones) recibían seguridad y un estándar de vida básico a cambio de toda una vida de aburrimiento atrofiante y represión social. Dicho sistema dependía de una jerarquía internacional de imperios, colonias y una periferia subdesarrollada; una jerarquía nacional de racismo y sexismo y una jerarquía familiar rígida de subyugación femenina. Además, la socialdemocracia se apoyaba en un equilibrio particular de fuerzas entre las clases (y una disposición de éstas a transigir) y todo esto sólo fue posible tras la destrucción sin precedentes ocasionada por la Gran Depresión y por la Segunda Guerra Mundial y de cara a las amenazas externas del comunismo y el fascismo. Pese a toda esa nostalgia que muchos sienten, este régimen es indeseable y también imposible de recuperar. Empero, el punto más pertinente es que, incluso si pudiéramos dar marcha atrás hacia la socialdemocracia, no deberíamos hacerlo. Podemos hacer cosas mejores, y la fidelidad socialdemócrata a los empleos y el crecimiento significa que siempre actuará de manera afín al capitalismo y que lo hará a expensas de la gente. Más que modelar nuestro futuro sobre un pasado nostálgico, deberíamos apuntar a crear un futuro para nosotros mismos. El paso más allá de los obstáculos del presente no se logrará mediante el retorno a un capitalismo más humanizado, reconstruido desde una remembranza del pasado con ojos llorosos. Si bien la nostalgia de un pasado perdido claramente no es una respuesta adecuada, tampoco lo es la glorificación actual de la resistencia. La resistencia siempre significa resistencia contra otra fuerza activa. En otras palabras, más que un movimiento activo, es un gesto defensivo y reactivo: no resistimos para traer a la existencia un mundo nuevo, resistimos en nombre de un mundo viejo. El énfasis contemporáneo en la resistencia oculta, por ende, una postura defensiva contra la intrusión del capitalismo expansionista "

, Inventing the Future: Postcapitalism and a World Without Work


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 quote : Un sentimiento de política folk se ha hecho presente tanto en el horizontalismo radical como en movimientos localistas más moderados, aunque algunas intuiciones parecidas apuntalan un vasto abanico de la izquierda contemporánea. En todos esos grupos se acepta ampliamente una serie de juicios: lo pequeño es bello, lo local es ético, lo simple es mejor, la permanencia es opresiva, el progreso se ha terminado. Se prefiere este tipo de ideas por encima de un proyecto contrahegemónico: una política capaz de competir con el poder capitalista en escalas más grandes. En su núcleo, gran parte de la política folk contemporánea expresa, por ende, un «profundo pesimismo: asume que no podemos llevar a cabo un cambio de gran escala, colectivo y social».91 Esta actitud derrotista de la izquierda corre fuera de control y, considerando los continuados fracasos de los últimos treinta años, quizá haya ocurrido por buenas razones. Para los partidos políticos de centro izquierda, la nostalgia de un pasado perdido es todo lo que se puede esperar. El contenido más radical que puede encontrarse entre ellos está hecho de sueños de una socialdemocracia y de la así llamada «edad de oro» del capitalismo.92 Sin embargo, las condiciones mismas que hicieron posible la socialdemocracia ya no existen. La «edad de oro» capitalista fue predicada sobre el paradigma productivo de un entorno fabril disciplinado, donde los trabajadores (blancos, varones) recibían seguridad y un estándar de vida básico a cambio de toda una vida de aburrimiento atrofiante y represión social. Dicho sistema dependía de una jerarquía internacional de imperios, colonias y una periferia subdesarrollada; una jerarquía nacional de racismo y sexismo y una jerarquía familiar rígida de subyugación femenina. Además, la socialdemocracia se apoyaba en un equilibrio particular de fuerzas entre las clases (y una disposición de éstas a transigir) y todo esto sólo fue posible tras la destrucción sin precedentes ocasionada por la Gran Depresión y por la Segunda Guerra Mundial y de cara a las amenazas externas del comunismo y el fascismo. Pese a toda esa nostalgia que muchos sienten, este régimen es indeseable y también imposible de recuperar. Empero, el punto más pertinente es que, incluso si pudiéramos dar marcha atrás hacia la socialdemocracia, no deberíamos hacerlo. Podemos hacer cosas mejores, y la fidelidad socialdemócrata a los empleos y el crecimiento significa que siempre actuará de manera afín al capitalismo y que lo hará a expensas de la gente. Más que modelar nuestro futuro sobre un pasado nostálgico, deberíamos apuntar a crear un futuro para nosotros mismos. El paso más allá de los obstáculos del presente no se logrará mediante el retorno a un capitalismo más humanizado, reconstruido desde una remembranza del pasado con ojos llorosos. Si bien la nostalgia de un pasado perdido claramente no es una respuesta adecuada, tampoco lo es la glorificación actual de la resistencia. La resistencia siempre significa resistencia contra otra fuerza activa. En otras palabras, más que un movimiento activo, es un gesto defensivo y reactivo: no resistimos para traer a la existencia un mundo nuevo, resistimos en nombre de un mundo viejo. El énfasis contemporáneo en la resistencia oculta, por ende, una postura defensiva contra la intrusión del capitalismo expansionista