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" La estrategia tenía que tener su fundamento en la lucha de clases. No tenía ningún sentido intentar reconciliar elementos en sí mismos irreconciliables mediante absurdas llamadas a la buena voluntad, la justicia, la igualdad o las infinitas posibilidades de la voluntad humana. El proceso revolucionario consistía simplemente en hacerse con el poder para hacer prevalecer determinadas condiciones sociales y económicas. La teoría de Marx se inclinaba hacia el determinismo económico, según el cual era inevitable que los procesos históricos alcanzaran su conclusión «lógica». Pero Marx era una activista, y cualquier cosa menos fatalista. Su objetivo fue siempre ampliar el poder de la clase obrera. Se consideraba un estratega para el proletariado y consideraba a otros segmentos sociales como posibles aliados o enemigos, de acuerdo con disponibilidad para ayudar o para retrasar el imparable avance de la clase obrera. La víspera del año revolucionario de 1848, Marx, que aún no tenía treinta años, estaba forjándose como líder político con una visión absolutamente peculiar, una verdadera quiebra ideológica que lo distanciaba de los panfleteros de su época. Sus potentes escritos, que combinaban rigor intelectual y un ácido sarcasmo, no tardaron en hacerse muy populares entre los líderes más reconocidos del pensamiento socialista, especialmente aquellos más utópicos, y enseguida se ganó el favor de los conversos a su visión más científica. Sin embargo, Marx no era un líder natural. Más bien, carecía de carisma y empatía, y nunca se granjeó un apoyo popular relevante. Era un conferenciante más que un orador, más argumentativo que conciliador, y prefería el análisis a la emoción. Como ocurre muy a menudo en la izquierda, el mensaje de la unidad proletaria se mezclaba con cierto desdén hacia cualquier otra cosa que no fuera la trayectoria que había diseñado. No le importaban los disidentes. Mejor contar con un vigor y una certeza revolucionaria que acomodarse artificialmente con ideas turbias y desatinadas. Ni Marx ni Engels tenían aptitudes para forjar coaliciones a nivel personal. "

Lawrence Freedman , Strategy: A History


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Lawrence Freedman quote : La estrategia tenía que tener su fundamento en la lucha de clases. No tenía ningún sentido intentar reconciliar elementos en sí mismos irreconciliables mediante absurdas llamadas a la buena voluntad, la justicia, la igualdad o las infinitas posibilidades de la voluntad humana. El proceso revolucionario consistía simplemente en hacerse con el poder para hacer prevalecer determinadas condiciones sociales y económicas. La teoría de Marx se inclinaba hacia el determinismo económico, según el cual era inevitable que los procesos históricos alcanzaran su conclusión «lógica». Pero Marx era una activista, y cualquier cosa menos fatalista. Su objetivo fue siempre ampliar el poder de la clase obrera. Se consideraba un estratega para el proletariado y consideraba a otros segmentos sociales como posibles aliados o enemigos, de acuerdo con disponibilidad para ayudar o para retrasar el imparable avance de la clase obrera. La víspera del año revolucionario de 1848, Marx, que aún no tenía treinta años, estaba forjándose como líder político con una visión absolutamente peculiar, una verdadera quiebra ideológica que lo distanciaba de los panfleteros de su época. Sus potentes escritos, que combinaban rigor intelectual y un ácido sarcasmo, no tardaron en hacerse muy populares entre los líderes más reconocidos del pensamiento socialista, especialmente aquellos más utópicos, y enseguida se ganó el favor de los conversos a su visión más científica. Sin embargo, Marx no era un líder natural. Más bien, carecía de carisma y empatía, y nunca se granjeó un apoyo popular relevante. Era un conferenciante más que un orador, más argumentativo que conciliador, y prefería el análisis a la emoción. Como ocurre muy a menudo en la izquierda, el mensaje de la unidad proletaria se mezclaba con cierto desdén hacia cualquier otra cosa que no fuera la trayectoria que había diseñado. No le importaban los disidentes. Mejor contar con un vigor y una certeza revolucionaria que acomodarse artificialmente con ideas turbias y desatinadas. Ni Marx ni Engels tenían aptitudes para forjar coaliciones a nivel personal.