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" -¿Y qué más? Con respecto a los enemigos, ¿cómo se comportarán nuestros soldados? -¿En qué cosa? -Lo primero, en lo que toca a hacer esclavos, ¿parece justo que las ciudades de Grecia hagan esclavos a los grie­gos o más bien deben imponerse en lo posible aun a las otras ciudades para que respeten la raza griega evitando así su propia esclavitud bajo los bárbaros? -En absoluto -dijo-; importa mucho que la respeten. -¿Y, por tanto, que no adquiramos nosotros ningún esclavo griego y que en el mismo sentido aconsejemos a los otros helenos? -En un todo -repuso-; de ese modo se volverán más bien contra los bárbaros y dejarán en paz a los propios. -¿Y qué más? ¿Es decoroso -dije yo- despojar, des­pués de la victoria, a los muertos de otra cosa que no sean sus armas? ¿No sirve ello de ocasión a los cobardes para no marchar contra el enemigo, como si al quedar agacha­dos sobre un cadáver estuvieran haciendo algo indispen­sable, y no han perecido muchos ejércitos con motivo de semejante depredación? -Bien cierto. -¿No ha de parecer villano y sórdido el despojo de un cadáver y propio asimismo de un ánimo enteco y mujeril el considerar como enemigo el cuerpo de un muerto cuando ya ha volado de él la enemistad y sólo ha queda­do el instrumento con que luchaba? ¿Crees, acaso, que éstos hacen otra cosa que lo que los perros que se enfu­recen contra las piedras que les lanzan sin tocar al que las arroja? -Ni más ni menos -dijo. -¿Hay, pues, que acabar con la depredación de los muertos y con la oposición a que se les entierre? -Hay que acabar, por Zeus -contestó.   XVI. -Ni tampoco, creo yo, hemos de llevar a los tem­plos las armas para erigirlas allí, y mucho menos las de los griegos, si es que nos importa algo la benevolen­cia para con el resto de Grecia; más bien temeremos que el llevar allá tales despojos de nuestros allegados sea contaminar el templo, si ya no es que el dios dice otra cosa. -Exacto -dijo. -¿Y qué diremos de la devastación de la tierra heléni­ca y del incendio de sus casas? ¿Qué harán tus soldados en relación con sus enemigos? -Oiría con gusto -dijo- tu opinión sobre ello. -A mí me parece -dije- que no deben hacer ninguna de aquellas dos cosas, sino sólo quitarles y tomar para sí la cosecha del año. ¿Quieres que te diga la razón de ello? -Bien de cierto. -Creo que a los dos nombres de guerra y sedición corresponden dos realidades en las discordias que se dan en dos terrenos distintos: lo uno se da en lo domés­tico y allegado; lo otro, en lo ajeno y extraño. La enemis­tad en lo doméstico es llamada sedición; en lo ajeno, guerra. -No hay nada descaminado en lo que dices -respon­dió. -Mira también si es acertado esto otro que voy a decir: afirmo que la raza griega es allegada y pariente para con­sigo misma, pero ajena y extraña en relación con el mun­do bárbaro. -Bien dicho -observó. -Sostendremos, pues, que los griegos han de comba­tir con los bárbaros y los bárbaros con los griegos y que son enemigos por naturaleza unos de otros y que esta enemistad ha de llamarse guerra; pero, cuando los grie­gos hacen otro tanto con los griegos, diremos que siguen todos siendo amigos por naturaleza, que con ello la Gre­cia enferma y se divide y que esta enemistad ha de ser lla­mada sedición. "

Plato , The Republic


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Plato quote : -¿Y qué más? Con respecto a los enemigos, ¿cómo se comportarán nuestros soldados? -¿En qué cosa? -Lo primero, en lo que toca a hacer esclavos, ¿parece justo que las ciudades de Grecia hagan esclavos a los grie­gos o más bien deben imponerse en lo posible aun a las otras ciudades para que respeten la raza griega evitando así su propia esclavitud bajo los bárbaros? -En absoluto -dijo-; importa mucho que la respeten. -¿Y, por tanto, que no adquiramos nosotros ningún esclavo griego y que en el mismo sentido aconsejemos a los otros helenos? -En un todo -repuso-; de ese modo se volverán más bien contra los bárbaros y dejarán en paz a los propios. -¿Y qué más? ¿Es decoroso -dije yo- despojar, des­pués de la victoria, a los muertos de otra cosa que no sean sus armas? ¿No sirve ello de ocasión a los cobardes para no marchar contra el enemigo, como si al quedar agacha­dos sobre un cadáver estuvieran haciendo algo indispen­sable, y no han perecido muchos ejércitos con motivo de semejante depredación? -Bien cierto. -¿No ha de parecer villano y sórdido el despojo de un cadáver y propio asimismo de un ánimo enteco y mujeril el considerar como enemigo el cuerpo de un muerto cuando ya ha volado de él la enemistad y sólo ha queda­do el instrumento con que luchaba? ¿Crees, acaso, que éstos hacen otra cosa que lo que los perros que se enfu­recen contra las piedras que les lanzan sin tocar al que las arroja? -Ni más ni menos -dijo. -¿Hay, pues, que acabar con la depredación de los muertos y con la oposición a que se les entierre? -Hay que acabar, por Zeus -contestó.   XVI. -Ni tampoco, creo yo, hemos de llevar a los tem­plos las armas para erigirlas allí, y mucho menos las de los griegos, si es que nos importa algo la benevolen­cia para con el resto de Grecia; más bien temeremos que el llevar allá tales despojos de nuestros allegados sea contaminar el templo, si ya no es que el dios dice otra cosa. -Exacto -dijo. -¿Y qué diremos de la devastación de la tierra heléni­ca y del incendio de sus casas? ¿Qué harán tus soldados en relación con sus enemigos? -Oiría con gusto -dijo- tu opinión sobre ello. -A mí me parece -dije- que no deben hacer ninguna de aquellas dos cosas, sino sólo quitarles y tomar para sí la cosecha del año. ¿Quieres que te diga la razón de ello? -Bien de cierto. -Creo que a los dos nombres de guerra y sedición corresponden dos realidades en las discordias que se dan en dos terrenos distintos: lo uno se da en lo domés­tico y allegado; lo otro, en lo ajeno y extraño. La enemis­tad en lo doméstico es llamada sedición; en lo ajeno, guerra. -No hay nada descaminado en lo que dices -respon­dió. -Mira también si es acertado esto otro que voy a decir: afirmo que la raza griega es allegada y pariente para con­sigo misma, pero ajena y extraña en relación con el mun­do bárbaro. -Bien dicho -observó. -Sostendremos, pues, que los griegos han de comba­tir con los bárbaros y los bárbaros con los griegos y que son enemigos por naturaleza unos de otros y que esta enemistad ha de llamarse guerra; pero, cuando los grie­gos hacen otro tanto con los griegos, diremos que siguen todos siendo amigos por naturaleza, que con ello la Gre­cia enferma y se divide y que esta enemistad ha de ser lla­mada sedición.