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" De manera que cuando al tercer día, esposado de nuevo al carcelero, se dio cuenta de que había cruzado la plaza sin mirar a uno solo de los rostros que lo contemplaban atónitos, de que había entrado en la sala donde se celebraba el juicio y había ocupado su sitio habitual en el banquillo sin mirar una sola vez por encima de la masa de espectadores hacia la puerta del fondo, todavía no se atrevió a admitir en su interior que sabía por qué. Se limitó a seguir allí sentado, tan pequeño, y de aspecto tan frágil y tan inofensivo como un niño que vuelve sucio de la calle, mientras los abogados vociferaban y se peleaban, hasta el final de la jornada, cuando el jurado dijo Culpable y el juez dijo Cadena perpetua y volvió, esposado, a su celda, la puerta se cerró con estrépito y se sentó, tranquilo, inmóvil, el rostro sereno, en el catre de acero sin colchón, esta vez mirando tan sólo el ventanuco con barrotes junto al que, durante meses, había permanecido de pie por espacio de dieciséis o dieciocho horas diarias, alimentando una esperanza inextinguible. "

William Faulkner , The Mansion


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William Faulkner quote : De manera que cuando al tercer día, esposado de nuevo al carcelero, se dio cuenta de que había cruzado la plaza sin mirar a uno solo de los rostros que lo contemplaban atónitos, de que había entrado en la sala donde se celebraba el juicio y había ocupado su sitio habitual en el banquillo sin mirar una sola vez por encima de la masa de espectadores hacia la puerta del fondo, todavía no se atrevió a admitir en su interior que sabía por qué. Se limitó a seguir allí sentado, tan pequeño, y de aspecto tan frágil y tan inofensivo como un niño que vuelve sucio de la calle, mientras los abogados vociferaban y se peleaban, hasta el final de la jornada, cuando el jurado dijo Culpable y el juez dijo Cadena perpetua y volvió, esposado, a su celda, la puerta se cerró con estrépito y se sentó, tranquilo, inmóvil, el rostro sereno, en el catre de acero sin colchón, esta vez mirando tan sólo el ventanuco con barrotes junto al que, durante meses, había permanecido de pie por espacio de dieciséis o dieciocho horas diarias, alimentando una esperanza inextinguible.