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" Había comenzado por pasar revista á los tres
pucheros, cuidadosamente tapados con gruesas telas
amarradas á la boca. ¿Cuál sería el primero?...
Escogió á la ventura, y abriendo uno se dilató su
hocico voluptuosamente con el perfume del bacalao
con tomate. Aquello era guisar. El bacalao
estaba deshecho entre la pasta roja del tomate,
tan suave, tan apetitoso, que al tragar Sangonera
el primer bocado creyó que le bajaba por la garganta
un néctar más dulce que el líquido de las
vinajeras que tanto le tentaba en sus tiempos de
sacristán. ¡Con aquello se quedaba! No había por
qué pasar adelante. Quiso respetar el misterio de
los otros dos pucheros; no desvanecer las ilusiones
que despertaban sus bocas cerradas, tras las
cuales presentía grandes sorpresas. ¡Ahora á lo
que estábamos! Y metiendo entre sus piernas el
oloroso puchero, comenzó á tragar con sabia cal-
ma, como quien tiene todo el día por delante y
sabe que no puede faltarle ocupación. Mojaba len*
tamente, pero con tal pericia, que al introducir
en el perol su mano armada de un pedazo de pan,
bajaba considerablemente el nivel. El enorme bocado
ocupaba su boca, hinchándole los carrillos.
Trabajaban las mandíbulas con la fuerza y la
regularidad de una rueda de molino, y mientras
tanto, sus ojos fijos en el puchero exploraban las
profundidades, calculando los viajes que aun tendría
que realizar la mano para trasladarlo todo á
su boca. "

Vicente Blasco Ibáñez , La barraca


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Vicente Blasco Ibáñez quote : Había comenzado por pasar revista á los tres<br />pucheros, cuidadosamente tapados con gruesas telas<br />amarradas á la boca. ¿Cuál sería el primero?...<br />Escogió á la ventura, y abriendo uno se dilató su<br />hocico voluptuosamente con el perfume del bacalao<br />con tomate. Aquello era guisar. El bacalao<br />estaba deshecho entre la pasta roja del tomate,<br />tan suave, tan apetitoso, que al tragar Sangonera<br />el primer bocado creyó que le bajaba por la garganta<br />un néctar más dulce que el líquido de las<br />vinajeras que tanto le tentaba en sus tiempos de<br />sacristán. ¡Con aquello se quedaba! No había por<br />qué pasar adelante. Quiso respetar el misterio de<br />los otros dos pucheros; no desvanecer las ilusiones<br />que despertaban sus bocas cerradas, tras las<br />cuales presentía grandes sorpresas. ¡Ahora á lo<br />que estábamos! Y metiendo entre sus piernas el<br />oloroso puchero, comenzó á tragar con sabia cal-<br />ma, como quien tiene todo el día por delante y<br />sabe que no puede faltarle ocupación. Mojaba len*<br />tamente, pero con tal pericia, que al introducir<br />en el perol su mano armada de un pedazo de pan,<br />bajaba considerablemente el nivel. El enorme bocado<br />ocupaba su boca, hinchándole los carrillos.<br />Trabajaban las mandíbulas con la fuerza y la<br />regularidad de una rueda de molino, y mientras<br />tanto, sus ojos fijos en el puchero exploraban las<br />profundidades, calculando los viajes que aun tendría<br />que realizar la mano para trasladarlo todo á<br />su boca.